Desde mi punto de vista, el experimento nació marcado por su contexto desde el primer momento. Pese a nuestros esfuerzos como futuros enseñantes, la naturaleza del evento, que reunía a un puñado de chicos jóvenes que se acababan de conocer y que tenían que instruir a sus semejantes sin la asfixiante presencia de un tribunal o tutor, restó valor real a las conclusiones que podamos extraer de este primer intento de docencia. Sin embargo, creo que fue un interesante punto de partida, pues nos hizo ver que incluso en contextos favorables -entre compañeros de semejantes edades y formación académica similar, en un ambiente distendido, sin evaluación,...- instruir a los demás es complicado. No me quiero imaginar si a las siete sillas mal montadas que colocamos frente a nosotros les hubiéramos incorporado un par de repetidores de la ESO, la estudiante del chicle, la del WhatsApp, el que se saca los mocos, la delegada que te fríe a preguntas, el empollón que corrige al profesor y esa decena de alumnos del "a mi ni me va ni me viene" a los que ni siquiera la docencia en formato Sálvame les haría desistir de su esperado momento para ordenar pensamientos.
La enseñanza es una ciencia tan complicada que saber más no siempre significa enseñar mejor, sin embargo, el que no conoce el contexto de las cosas difícilmente sabrá explicar con éxito su contenido a un alumnado ávido de respuestas. Con esto quiero defender la postura de que, si bien no es necesario conocer al dedillo una materia para afrontar el reto de enseñarlo -como pudimos comprobar cuando planificamos la exposición sobre el reciclaje, elegido como nuestro tema desconocido- sólo cuando manejamos la materia somos capaces de disfrazar de fácil lo difícil, de simplificar lo desconocido, de amenizar lo aburrido ante el que no tiene interés. Sólo así el profesor puede hacer uso de su mejor arma docente: las respuestas. De esto pude obtener un grato ejemplo cuando observé a mis compañeros exponer su clase (magistral) sobre los verbos transitivos e intransitivos. Sólo el que se ha enfrentado a su aprendizaje sin complejos y ha estudiado sus usos y normas con paciencia, es capaz de exponer con tanta claridad y sencillez un aspecto que para algunos puede resultar complejo.
Con el tema desconocido, en cambio, nos encontramos con la necesidad de poner en común nuestros escasos conocimientos sobre el asunto, resultando con la agradable sorpresa de que no sabíamos tan poco como pensábamos. Preguntar al alumnado por su experiencia o generar polémicas en torno a lo que está bien o está mal fue un recurso desesperado -que funcionó, esta vez-, sin embargo, me resulta complicado dar la razón a los que piensan que se puede dar clase incluso sobre lo que no se sabe (o a los que piensan que incluso es más fácil) cuando, pese a la benevolencia de los compañeros -que trataron de no hacer sangre de nuestra ignorancia-, la realidad es que de haber tenido preguntas, difícilmente habríamos podido darles respuesta.
En cualquier caso, creo que el intento de master class del pasado lunes nos permitió conocer que el profesor cuenta con algunos recursos -como hacer preguntas a los estudiantes o generar debate- que le pueden ayudar a salir del paso ante una situación en la que se encuentre perdido o desinformado. Será útil para afrontar con mayor tranquilidad el día en el que los alumnos nos pregunten sobre lo que no sabemos, y no tengamos Google cerca.
Rubén Ortega Pérez - Lengua y Literatura
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